«Me toca llevar este grave peso; decir lo que siento, y no lo que debo. Los más viejos fueron los que más penaron; jamás podrá el joven vivir ni ver tanto.»
Así se cierra esta obra. Siento habérsela destripado al que no la conozca todavía… pero os aseguro que el abuelo de un amigo ya me vino a contar lo mismo alguna vez echando una cerveza:
«Cuánto ve el que vive», decía. No fue nunca Rey de su aldea. Lástima.
«Brabancio, tomad el lado bueno de lo malo. Más vale tener las armas rotas que las manos vacías»
He disfrutado muchísimo de esta obra durante su lectura. Nunca la he visto representada y ya ando buscando dónde poder verla. ¿Cómo he podido tardar tanto en descubrirla? Lo mejor; el paseo que me tuve que dar hasta la Casa del Libro de la calle Fuencarral con la chicharra cantando.
«¡Que a quien le daña el saber, homicida es de sí mismo!»
Aunque esta es… pues eso:
«Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aún más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser, pues cuando es muerte el beber beben más, y desta suerte, viendo que el ver me da muerte estoy muriendo por ver. Pero véate yo y muera, que no sé, rendido ya, si el verte muerte me da, el no verte qué me diera. Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte; fuera muerte, desta suerte su rigor he ponderado, pues dar vida a un desdichado es dar a un dichoso muerte»