«La temperatura aumenta de forma espectacular a medida que nos acercamos a la puerta de la pista. El zumbido resulta ahora ensordecedor. Baghdatis sale primero. Conoce la gran expectación qu está generando mi retirada. Lee los periódicos. Esta noche espera hacer el papel de malo. Creo que está preparado. Yo lo dejo salir, dejo que oiga que el rumor se transformar en vítores. Dejo que crea que la multitud nos vitorea a los dos. Y entonces salgo yo. Ahora, los vítores se triplican. Baghdatis se vuelve y se da cuenta de que los primeros vítores eran para él, pero que estos son para mí, lo que lo obliga a revisar sus expectativas y a reconsiderar lo que le espera. Sin golpear una sola pelota, he conseguido alterar enormemente su sensación de bienestar. Un truquito de veterano. De gato viejo...»
«La gente está enganchada a Urtain. La gente corriente, hombres y mujeres que no tienen ni papa de boxeo, pero que de algún extraño modo se sienten identificados con ese simpático gladiador. Eso le pasa al funcionario, que no entiende de crochés ni de jabs, pero al que le hace gracia que haya un aldeano que tan pronto levanta piedras como la emprende a puñetazos con un fulano; también le ocurre al ama de casa, que siempre ha pensado que el boxeo es una salvajada, pero que ve en el periódico la foto del boxeador vasco y siente unas cosquillitas debajo de la piel que no tenía desde hace años; y algo similar le sucede a ese niño que lanza puñetazos al aire en el recreo, pero que en realidad no ha visto un ring de cerca en la vida; incluso eso es lo que pasa al viejo que un día vio pelea a Paulino Uzcudun y que ahora se ilusiona con este macizo muchacho. Esos son los que van a encumbrar a Urtain…»