Cosas que leo #26:

    Diarios * A ratos perdidos 1 y 2, Rafael Chirbes

    «17 de julio

    El trabajo de escrito es escribir, esa es su especialidad, su profesión. Pero para escribir necesita tener algo que contar, como para ser carpinterio, además de un baco y un instrumental, necesitas una provisión de madera: ¿Te extrañas de tu sufrimiento suplementario? Ese es tu quehacer. Mientras los demás llevan adelante sus trabajos, están pendientes de sus tareas, tú chapoteas en el laboratorio de los sentimientos, eso que antes llamaban el espíritu, o el alma, y tú ya no te atreves a llamar de ninguna manera (es tu almacén, tu provisión de madera). Ese es el oficio de escritor, su extraña forma de vida. Ahí está la fascinación que provoca en los lectores su trabajo: la profesión de escritor nos convierte en paquetes de la juguetería espiritual del lector. En eso se funda también la desconfianza, la inconsciente antipatía (disfrazada de admiración) que provoca el escritor, al que se honra como se honra a los muertos, por precaución, para que no salgan de su tumba a pedirnos cuentas. En el escritor hay una molesta mirada de cazador, de avez rapaz, a la que no pocas veces acompañan el cinismo y la vanidad: cierto ilusorio orgullo de propietario de los mecanismos ajenos, de chamán, de gurú, de brujo, que lo vuelve desagradable, no pocas veces inmoral (la realidad carece de ética, la verdad desconoce la ética, es un acto de volición). Solo un código piadoso puede permitirnos contraprestar estos lastres. Sin la piedad, el escritor puede convertirse en un peligro público y —en lo privado— en un miserable. Como el psicoanalista, como el político, seres que en su chisporroteo se travisten de benefactores a canallas, y vuelta…»

    Nº de páginas: 465

    Editorial: ANAGRAMA

    Prólogo: MARTA SANZ y FERNANDO VALLS

    Idioma: CASTELLANO