Cosas que leo #115:

    En la orilla, Rafael Chirbes

    «A partir del punto en que convergen las dos carreteras, jalona la cuneta una veintena de putas que se dejan lamer por el sol de invierno. Están sentadas en sillas de plástico junto a los cañaverales, o paseando por el arcén: se pintan las uñas, se miran en el espejito de la polvera, hacen solitarios, fuman ante desvencijadas mesitas de plástico, visten tangas que muestran muslos y glúteos, y chaquetitas desabotonadas que dejan ver las tetas, pese a que los rayos solares de diciembre no consiguen sorber la humedad que impregna el ambiente de la zona, un barrizal entre el pantano y la playa, ni amortiguan el frío, que deja sentir su zarpa un día como el de hoy en que la fina brisa sopla de mistral. Las mujeres que permanecen de pie dan nerviosos paseos de ida y vuelta, apenas unos metros en cada dirección, como si en vez de estar junto a la carretera permaneciesen encerradas en una celda (varias han de haber aprendido ese tonificante ejercicio en la cárcel). Gesticulan, se abren de piernas, o se agachan para izar las nalgas en dirección a la calzada, alertadas por el ruido del motor de un camión o por el claxonazo con que las obsequia un chófer. Se levantan el vestido más arriba de las tetas para mostrarles el cuerpo desnudo a los camioneros, a los ocupantes solitarios de las furgonetas que llevan impreso en las portezuelas el logotipo de empresas de mensajería, cerrajerías, cristalerías o distribuciones alimentarias: muslos y pechos de mármol blanquísimo o amarillento, cuerpos rosados, carnes color de café con leche, y de café solo, o, como antes se decía, de ébano, relucen bajo la quebradiza luz de la mañana: un muestrario de todas las razas (muy raras veces alguna oriental —chinita o camboyana, o tailandesa—, pero se encuentran, claro que sí) en el que predominan mujeres llegadas de la Europa del Este, mujerío de carnes de un blanco azulado y fosforescente, que parecen emanar luz en vez de recibirla…»

    Nº de páginas: 448

    Editorial: ANAGRAMA

    Idioma: CASTELLANO


    Cosas que leo #26:

    Diarios * A ratos perdidos 1 y 2, Rafael Chirbes

    «17 de julio

    El trabajo de escrito es escribir, esa es su especialidad, su profesión. Pero para escribir necesita tener algo que contar, como para ser carpinterio, además de un baco y un instrumental, necesitas una provisión de madera: ¿Te extrañas de tu sufrimiento suplementario? Ese es tu quehacer. Mientras los demás llevan adelante sus trabajos, están pendientes de sus tareas, tú chapoteas en el laboratorio de los sentimientos, eso que antes llamaban el espíritu, o el alma, y tú ya no te atreves a llamar de ninguna manera (es tu almacén, tu provisión de madera). Ese es el oficio de escritor, su extraña forma de vida. Ahí está la fascinación que provoca en los lectores su trabajo: la profesión de escritor nos convierte en paquetes de la juguetería espiritual del lector. En eso se funda también la desconfianza, la inconsciente antipatía (disfrazada de admiración) que provoca el escritor, al que se honra como se honra a los muertos, por precaución, para que no salgan de su tumba a pedirnos cuentas. En el escritor hay una molesta mirada de cazador, de avez rapaz, a la que no pocas veces acompañan el cinismo y la vanidad: cierto ilusorio orgullo de propietario de los mecanismos ajenos, de chamán, de gurú, de brujo, que lo vuelve desagradable, no pocas veces inmoral (la realidad carece de ética, la verdad desconoce la ética, es un acto de volición). Solo un código piadoso puede permitirnos contraprestar estos lastres. Sin la piedad, el escritor puede convertirse en un peligro público y —en lo privado— en un miserable. Como el psicoanalista, como el político, seres que en su chisporroteo se travisten de benefactores a canallas, y vuelta…»

    Nº de páginas: 465

    Editorial: ANAGRAMA

    Prólogo: MARTA SANZ y FERNANDO VALLS

    Idioma: CASTELLANO