«…uno de ellos es que, como advierte Milan Kundera, el novelista puede llegar a ser más conocido por sus opiniones políticas que por sus novelas, cuando lo mejor que tiene que decir lo dice con sus novelas, no con sus opiniones políticas. Otro problema —quizás más importante todavía, también más inquietante— es que, en varios sentidos cruciales, el novelista y el intelectual son no sólo personajes distintos sino opuestos. El novelista formula interrogantes, siembra dudas, propone paradojas, inocula contradicciones y no da nunca respuestas, o sus respuestas son siempre ambiguas, contradictorias, esencialmente irónicas; no digo que, en circunstancias normales, el intelectual (o el novelista metido a intelectual) no pueda o incluso deba hacer lo mismo en sus comentarios y reflexiones, sembrando dudas, ambigüedadesy perplejidades sobre la actualidad formulando interrogantes acerca de ella. Pero lo cierto es que, por muchas dudas, interrogantes, ambigüedades y perplejidades que siembre, en situaciones límite —esas que definen al intelectual como definen a cualquier otro hombre— el intelectual no puede eludir tomar partido, debe aceptar o negar, transigir o rebelarse, decír sí o no: aunque no renuncie a seguir planteando preguntas, en tales casos no puede no dar respuestas claras, nítidas y taxativas. Esto le aleja por completo del novelista, si no le coloca frente a él, o le enemista con él. Lo cual significa que el novelista que acepta correr el riesgo de intervenir en la vida pública, por los motivos que fuere —por soberbia, por afán de notoriedad, por que siente la obligación o el impulso de hacerlo, o simplemente por el temor a verse devorado por el autismo narcicista que lo asedia de continuo, amenazando con hacer de él un mamarracho sin remedio—, debe saber que puede convertirse en un individuo escindido…»
He disfrutado mucho asomándome a la vida de Carlos Boyero. Ya me interesó en su momento el documental y este libro en el que repasa su vida es otra prueba más de lo interesante que resulta el personaje. Momento muy jodidos cuando se habla de la soledad. Escrito desde la sinceridad y sin ningún filtro. Muy recomendable.
«Durante un examen médico realizado en los meses previos a los juicios de Núremberg, los doctores notaron que las uñas de las manos y los pies de Hermann Göring estaban teñidas de un rojo furioso. Pensaron –equivocadamente– que el color se debía a su adicción a la dihidrocodeína, un analgésico del que tomaba más de cien pastillas al día. Según William Burroughs, su efecto era similar al de la heroína y al menos dos veces más fuerte que el de la codeína, pero con un filo eléctrico parecido al de la coca, razón por la cual los médicos norteamericanos se vieron obligados a curar a Göring de su dependencia antes de que compareciera ante el tribunal. No fue fácil. Cuando las fuerzas aliadas lo capturaron, el líder nazi arrastraba una maleta que no solo contenía el esmalte con que Göring se pintaba las uñas cuando se disfrazaba como Nerón, sino más de veinte mil dosis de su droga favorita, casi todo lo que quedaba de la producción alemana de ese fármaco a finales de la Segunda Guerra Mundial. Su adicción no era excepcional: prácticamente todas las tropas de la Wehrmacht recibían metanfetaminas en tabletas como parte de sus raciones…»
Tenía muchas ganas de hincarle el diente a esta novela, sobre todo después de haberla visto en la lista de las 100 mejores novelas del siglo XXI que publicaron en el Times. Pero la verdad es que me ha decepcionado un poco, más cuando había leído anteriormente Los restos del día, que me pareció sublime. La elegancia de aquella novela deja paso a la frialdad de esta. Supongo que se debe a la voz elegida, la propia protagonista… si bien es cierto que la frialdad de la narración y lo genérico de sus palabras apuntan a la apuesta de la novela… Quizás ha sido las altas expectativas que puse en la novela…
«Sin embargo, en la impenetrable soledad de la decrepitud dispuso de tal clarividencia para examinar hasta los más insignificantes acontecimientos de la familia, que por primera vez vio con claridad las vedades que sus ocupaciones de otro tiempo le habían impedido ver. Por la época en que preparaban a José Arcadio para el seminario, ya había hecho una recapitulación infinitesimal de la vida de la casa desde la fundación de Macondo, y había cambiado por completo la opinión que siempre tuvo de sus descendientes. Se dio cuenta de que el coronel Aureliano Buendía no le había perdido el cariño a la familia a causa del endurecimiento de la guerra, como ella creía antes, sino que nunca había querido a nadie, ni siquiera a su esposa Remedios o a las incontables mujeres que una noche pasaron por su vida, y mucho menos a sus hijos. Vislumbró que no había hecho tantas guerras por idealismo, como todo el mundo creía, sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida era simplemente un hombre incapacitado para el amor. Una noche, cuando lo tenía en el vientre, lo oyó llorar. Fue un lamento tan definido, que José Arcadio Buendía despertó a su lado y se alegró con la idea de que el niño iba a ser ventrílocuo. Otras personas pronosticaron que sería adivino. Ella, en cambio, se estremeció con la certidumbre de que aquel bramido profundo era un primer indicio de la temible cola de cerdo, y rogó a Dios que le dejara morir la criatura en el vientre. Pero la lucidez de la decrepitud le permitió ver, y así lo repitió muchas veces, que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es un anuncio de ventriloquía ni de la facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor. Aquella desvalorización de la imagen del hijo le suscitó de un golpe toda la compasión que le estaba debiendo a Amaranta, en cambio, cuya dureza de corazón la espantaba, cuya concentrada amargura la amargaba, se le esclareció en el último examen como la mujer más tierna que había existido jamás, y comprendió con una lastimosa clarividencia que las injustas torturas a las que había sometido a Pietro Crespi no eran dictadas por una voluntad de venganza, como todo el mundo creía, ni el lento martirio con que frustró la vida del coronel Gerineldo Márquez había sido determinado por la mala hiel de su amargura, como todo el mundo creía, sino que ambas acciones habían sido una lucha a muerte entre un amor sin medidas y una cobardía invencible, y había triunfado finalmente el miedo irracional que Amaranta le tuvo siempre a su propio y atormentado corazón. Fue por esa época que Úrsula empezó a nombrar a Rebeca, a evocarla con un vuejo cariño exaltado por el arrepentimiento tardío y la admiración repentina, habiendo comprendido que solamente ella, Rebeca, la que nunca se alimentó con su leche sino de la tierra, de la tierra y la cal de las paredes, la que no llevó en las venas sangre de sus venas sino la sangre desconocida de los desconocidos cuyos huesos seguían cloqueando en la tumba, Rebeca, la del corazón impaciente, la del vientre desaforado, era la única que tuvo la valentía, sin frenos que Úrsula había deseado para su estirpe.
—Rebeca —decía, tanteando las paredes—, ¡qué injustos hemos sido contigo!»
O me he vuelto un desalmao… o esta historia está escrita desde una distancia muy salvaje. Me mata la poca carne que te deja tocar este narrador omnisciente… ¿Recomendable? Pues qué te digo… a lo mejor te flipa. No ha sido mi caso.
«Mamá ha encargado a David que la despierte a las tres y media. Hace un rato ha sacado los pies hinchados del agua salada de la palangana y ahora duerme la siesta sentada en el sillón de mimbre. David se acerca a ella sigilosamente, retira la palangana y le envuelve los pies en una toalla. Antes de incorporarse coge su mano y comprueba que está bien dormida, y entonces, con mucho cuidado, se abraza a sus rodillas y apoya la mejilla y la oreja contra su vientre. Un botón desabrochado de la bata le permite sentir en la mejilla la tensión de la piel cálida alrededor del ombligo, y capta con la oreja el apagado murmullo de lo que parece una melodía, como si la pelirroja cantara en sueños y su voz al caer se remansara en el útero. ¿Me estás oyendo, enano? Incluso dormida, tiene una canción a flor de labios. ¿Qué opinas tú, microbio, tú que escuchas su corazón a través de la sangre? ¿Por qué canta en sueños, y a quién le canta?»
«Insistes en que hay cosas que las máquinas no pueden hacer. Si tú me dices exactamente qué es lo que no pueden hacer, yo siempre seré capaz de construir una máquina que haga exactamente eso…»
«Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano…»
«A juzgar por su lugar de trabajo, no parecía que la muchacha sustentara todavía la creencia de que su vocación iba a cambiar el rumbo de la historia norteamericana. Era evidente que si alguien subía por la oxidada escalera de incendios del edificio, ésta se desprendería de sus fijaciones y caería a la calle. La función de la escalera no era salvar vidas en caso de incendio, sino colgar allí inútilmente como testimonio de la inmensa soledad que es inherente a la vida. Para él carecía de cualquier otro significado…, ningún significado podría hacer mejor uso del edificio. Sí, estamos solos, profundamente solos, y siempre nos aguarda una capa de soledad todavía más profunda. No podemos hacer nada para cambiar el estado de las cosas. No, la soledad no debería sorprendernos, por asombrosa que pueda ser su experiencia. Puedes intentar volverte del revés, pero entonces todo cuanto eres estará del revés y solitario en lugar de estar igualmente solitario pero en su sitio…»
«Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada.
En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos…»
Relectura. Como acostumbro a poner en las primeras páginas cuándo arranco con la lectura de los libros, este lo leí hace cinco años durante un viaje de vacaciones a Tenerife. Me ha generado más nostalgia que otra cosa y el ejercicio de revisitarlo se debe a que he leído recientemente «De qué hablo cuando hablo de escribir».
Muy Interesante y en su momento hice algunas anotaciones curiosas; ¿quién era yo hace tanto tiempo?
Acerca de estar bloqueado, a distintas edades, quizá. Mi caso: una quiere a los 46 o así hacer algo mejor de lo que nunca ha hecho. Una no quiere repetirse. Eso conlleva parálisis temporal, con toda suerte de racionalizaciones. Estoy descansando porque lo necesito. Estoy recuperando fuerzas. Sería una tontería disipar energías. El carácter destructivo de las apariciones públicas y las conferencias. Un triste descubrimiento, puesto que como escribir es una forma de comunicación, a los escritores les encanta comunicar: por lo tanto, ¿por qué no abro la mente y el alma en las conferencias? Bueno, la realidad no es siempre tan estimulante como el satisfactorio ensayo a solas en la bañera. Cualquier indicio de timidez es fatal. Y las entrevistas para televisión. ¿Y las entrevistas más fáciles de lado a lado de la mesa de una cafetería con una cerveza o un café? ¿Qué es lo que hurtan? ¿Es que el escritor se destruye cuando habla tan libre, alegre, felizmente; tan dispuesto a ayudar al entrevistador en su tarea seguramente difícil?
No lo sé, pero algo se quiebra, se distorsiona, se daña. ¿Un espejo interior de uno mismo? No lo sé. Solo sé que se tarda semanas en recuperarse, como si se hubiera tenido un accidente de coche, sufrido un shock o una conmoción o roto unas costillas. Dylan Thomas quedó destruido por aquel programa tan pasmosamente arduo de conferencias en sus dos viajes a América. Claro, es mucho más sencillo decir que lo destruyeron el alcohol y el tabaco, pues el alcohol fue la causa física inmediata. Pero era un hombre que se sentía incómodo entre mucha gente, o eso dicen quienes lo conocían bien. Bebía para sentirse más cómodo. Pero ni siquiera es así de sencillo. Los escritores y poetas no deberían revelar tanto sobre sí mismos en público, y Thomas lo hacía, por ejemplo, cuando recitaba poemas que había creado en privado. Y cualquier escritor, en una entrevista, revela sus hábitos y métodos de escritura, si los tiene, porque se le preguntan, y desea mostrarse generoso.
El resultado es tan dañino para su creatividad, su cerebro, como una enfermedad cerebral. En mi opinión, J.D. Salinger hace bien al no conceder entrevistas, al no dar conferencias.»
«Sobre una de las mesas de plástico rojo que el tabernero había sacado a la plaza, además de un mantel descolorido, una cadena de cuentas de madera y un cenicero, la Xurela había colocado un transistor. Su antena recogía del salitre las tres cosas que las mujeres mayores más estimaban: las historias de amor por entregas, la información sobre las mareas y el horario de los entierros. El aparato era pequeño y pesado, y su sonido, impreciso como el del Atlántico; pero Asunción no podía calcular cuántas horas de compañía le había regalado en las últimas décadas la onda media. Entre los escombros del ruido blanco —más bien gris—, Aida distinguió una voz de fuego que le cantaba a un querer oxidado…»
«La revelación del temor da ideas a quien atemoriza o a quien puede hacerlo, la prevención ante lo que no ha pasado atrae el suceso, las sospechas deciden lo que aún estaba irresuelto y lo ponen en marcha, la aprensión y la expectativa obligan a llenar las concavidades que crean y van ahondando, algo tiene que ocurrir si queremos que se disipe el miedo, y lo mejor es darle su cumplimiento»
«No tengo claro qué voy a contar ni cómo voy a hacerlo. No he diseñado ninguna estructura ni he compuesto una cronología. Simplemente escribo buscando explicaciones, pese a que cuando uno escribe suele terminar descubriendo que solo ha conseguido multiplicar las preguntas…»
«La muerte del abuelo nos dejó abatidos y más pobres. Con la pensión pagaba la luz, el agua y el cupón de los viernes. Quería ganar la lotería, como todos los viejos. Invertía tres euros a la semana como penitencia, para sobrellevar la culpa de no ser rico. Tenía pensado cómo repartir lo que no tenía. De sus poemas no se preocupó y ahora sus nietos codiciamos en silencio un montón de papeles, mecanografiados y con faltas de ortografía. Pensaba que serían para mó. pero yo lo que tengo son sus cejas de buho… »
«Primi le dio cuatro datos sobre su pasado africano. A Francisco le hizo gracia biografía tan accidentada. Era la quinta vez que se reía con ella, y ninguna había sido por quedar bien, como cuando iba con chavalas a sus dieciséis años. Y ella, a cuenta de su relato, le pareció a Francisco tropicalmente excitante, atractivamente mundana, colonialmente deseable. Entusiasmado por todo, acercó su cara aún más a la verja metálica: para ver mejor y para sentir el frío del metal. Divertida por el gesto, Primir hizo lo mismo…»
El trabajo de escrito es escribir, esa es su especialidad, su profesión. Pero para escribir necesita tener algo que contar, como para ser carpinterio, además de un baco y un instrumental, necesitas una provisión de madera: ¿Te extrañas de tu sufrimiento suplementario? Ese es tu quehacer. Mientras los demás llevan adelante sus trabajos, están pendientes de sus tareas, tú chapoteas en el laboratorio de los sentimientos, eso que antes llamaban el espíritu, o el alma, y tú ya no te atreves a llamar de ninguna manera (es tu almacén, tu provisión de madera). Ese es el oficio de escritor, su extraña forma de vida. Ahí está la fascinación que provoca en los lectores su trabajo: la profesión de escritor nos convierte en paquetes de la juguetería espiritual del lector. En eso se funda también la desconfianza, la inconsciente antipatía (disfrazada de admiración) que provoca el escritor, al que se honra como se honra a los muertos, por precaución, para que no salgan de su tumba a pedirnos cuentas. En el escritor hay una molesta mirada de cazador, de avez rapaz, a la que no pocas veces acompañan el cinismo y la vanidad: cierto ilusorio orgullo de propietario de los mecanismos ajenos, de chamán, de gurú, de brujo, que lo vuelve desagradable, no pocas veces inmoral (la realidad carece de ética, la verdad desconoce la ética, es un acto de volición). Solo un código piadoso puede permitirnos contraprestar estos lastres. Sin la piedad, el escritor puede convertirse en un peligro público y —en lo privado— en un miserable. Como el psicoanalista, como el político, seres que en su chisporroteo se travisten de benefactores a canallas, y vuelta…»
«—¿Tiene novia? Michela se levantó de pronto. Cogió el cinturón donde van colocados todos los aparejos propios de su profesión:pistola, porra, walkie. Se levantó porque había tenido una idea, se le había ocurrido algo al ver una gran mancha de aceite en medio del aparcamiento donde dos camioneros estaban empezando una pelea a puñetazo limpio. —En Rostov tiene una novia que le manda vídeos guarros de vez en cuando, pero menos de los que querría. —Aquí no tiene a nadie, entonces. Oliver negó con la cabeza. Se ajustó la gorra de lana, verde. Miró su reflejo en el ventanal. —Dice que melancolía es todo lo que no se hace. —Qué bonito.»
«— Y eso que hubiera podido no hacerlo: en La Montgoda le había devuelto el favor al Zarco y había saldado su deuda con él. —Sí, pero estaba Tere. —¿Quiere decir que se unió a la basca del Zarco por Tere? —Quiero decir que, si no hubiera sido por Tere, lo más probable es que no lo hubiese hecho; aunque hubiera llegado a la conclusión de que ella no era para mí, quería pensar que, mientras estuviésemos cerca, siempre podía voler a pasar lo que había pasado en los lavabos de los recreativos Vilaró; y yo creo que estaba dispuestos a correr el riesgo con tal de mantener alguna posibilidad de que eso volviera a pasar. Dicho esto, usted es escritor y debe saber que, aunque nos tranquiliza mucho encontrar una explicación para lo que hacemos, la verdad es que la mayor parte de lo que hacemos no tiene una sola explicación, suponiendo que tenga alguna.»
«Porque somos los chicos con botas, somos las ratas con botas, duros como clavos, a veces hay que agachar la cabeza para no romperse, y somos los irrompibles, somos la arrogancia original, borrachos y orgullosos, pisando cascos rotos, los culos contra la pared, sin futuro y sin modales, carne de cañón. Cornellà, Santako, L’Hospi, Bellvitge, Castefa, Viladecans, Gavà, Sant Boi, La Cope, feas las esquinas y más dura será la caída, cayendo, cayendo, siempre cayendo, cayendo y riendo, haciendo la conga en la cola del INEM, de aquellos polvos vienen estos lodos, sólo que aquí polvos hemos visto pocos y el lodo nos llega ya hasta el cuello, de cara a la pared pero sin libros en las manos, no nos dio tiempo a querer ser alguien, nadie te cuenta nunca cómo se sale de aquí, ¿Hay alguna manera de salir de aquí?, primero deletrea u-n-i-v-e-r-s-i-d-a-d si tienes huevos, oportunidades para estudiar una carrera es lo que no te van a dar (cantaban los Clash), esto es Todos Contra Todos pero nosotros estamos juntos, es lo único que tenemos…»
Interesantísimo libro que habla de la escritura y recoge algunos ensayos de la escritora. Un regalo de una amiga por mi cumpleaños. Si te interesa el oficio y los artículos y ponencias de la escritora, no lo dudes.
Un libro de putísima madre. No perderse los «machinos» y la jerga que utiliza el libro a través de uno de sus personajes protagonistas. También de este libro es el principal motivo por el que abro el blog. Aquí os pongo un enlace para que podáis comprobar de primera mano la buena literatura que consume Kiko (discúlpense las confianzas).