«Durante un examen médico realizado en los meses previos a los juicios de Núremberg, los doctores notaron que las uñas de las manos y los pies de Hermann Göring estaban teñidas de un rojo furioso. Pensaron –equivocadamente– que el color se debía a su adicción a la dihidrocodeína, un analgésico del que tomaba más de cien pastillas al día. Según William Burroughs, su efecto era similar al de la heroína y al menos dos veces más fuerte que el de la codeína, pero con un filo eléctrico parecido al de la coca, razón por la cual los médicos norteamericanos se vieron obligados a curar a Göring de su dependencia antes de que compareciera ante el tribunal. No fue fácil. Cuando las fuerzas aliadas lo capturaron, el líder nazi arrastraba una maleta que no solo contenía el esmalte con que Göring se pintaba las uñas cuando se disfrazaba como Nerón, sino más de veinte mil dosis de su droga favorita, casi todo lo que quedaba de la producción alemana de ese fármaco a finales de la Segunda Guerra Mundial. Su adicción no era excepcional: prácticamente todas las tropas de la Wehrmacht recibían metanfetaminas en tabletas como parte de sus raciones…»
O me he vuelto un desalmao… o esta historia está escrita desde una distancia muy salvaje. Me mata la poca carne que te deja tocar este narrador omnisciente… ¿Recomendable? Pues qué te digo… a lo mejor te flipa. No ha sido mi caso.
«Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia, que no está siendo uno mismo. Ni siquiera se conoce. Pues el primer deber de un escritor es la efusión: ser una criatura de fiebres y arrebatos. Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano…»
«Dicen que cuando en una familia nace un escritor esa familia está acabada.
En realidad la familia saldrá adelante sin mayor problema, como siempre ha ocurrido desde la noche de los tiempos, mientras que quien acabará mal parado será el escritor en su desesperado intento de matar a madres, padres y hermanos, solo para volvérselos a encontrar inexorablemente vivos…»
«—¿Qué le parece a ustedes? —exclamó Razumijin, alzando todavía más la voz—- ¿Se imaginan que yo me pongo así porque ellos mienten? ¡Disparate! ¡A mí me gusta que mientan! La mentira es el único privilegio del hombre sobre todos los demás organismos. Mientes…, ¡pues ya alcanzarás la verdad! Porque soy hombre es precisamente por lo que miento. Ni una sola verdad podrías alcanzar si antes no mintieses catorce veces, y hasta ciento catorce veces, lo cual representa un honor sui géneris. ¡Solo que nosotros ni siquiera sabemos mentir con talento! Tú me mientes a mí, pero miénteme por ti mismo, y yo voy y te abrazo. Mentir con gracia, de un modo personal, es casi mejor que decir la verdad, al estilo ajeno; en el primer caso eres hombre, ¡en el segundo no pasas de ser un papagayo! La verdad no echa a correr pero a la vida se la puede zarandear…»
Relectura. Como acostumbro a poner en las primeras páginas cuándo arranco con la lectura de los libros, este lo leí hace cinco años durante un viaje de vacaciones a Tenerife. Me ha generado más nostalgia que otra cosa y el ejercicio de revisitarlo se debe a que he leído recientemente «De qué hablo cuando hablo de escribir».
Muy Interesante y en su momento hice algunas anotaciones curiosas; ¿quién era yo hace tanto tiempo?
«Para los escritores mantenerse sin dificultades en el lugar donde deben estar es casi sinónimo de muerte creativa. Los escritores somos como ese tipo de pez que muere ahogado si no nada sin descanso.
Por eso admiro a los escritores que nadan incansablemente durante mucho tiempo. Tengo una lógica predilección por determinadas obras, pero la esencia de esa admiración reside en que ser capaces de mantenerse activos durante muchos años y ganarse un público fiel se debe a que poseen algo fuera de lo común. Escribir novelas responde a una especie de mandato interior que te impulsa a hacerlo. Es pura perseverancia y resistencia, apoyadas en un prolongado trabajo en solitario. Me atrevo a decir que son cualidades y requisitos fundamentales de todo escritor profesional…»
«No tengo claro qué voy a contar ni cómo voy a hacerlo. No he diseñado ninguna estructura ni he compuesto una cronología. Simplemente escribo buscando explicaciones, pese a que cuando uno escribe suele terminar descubriendo que solo ha conseguido multiplicar las preguntas…»
«La muerte del abuelo nos dejó abatidos y más pobres. Con la pensión pagaba la luz, el agua y el cupón de los viernes. Quería ganar la lotería, como todos los viejos. Invertía tres euros a la semana como penitencia, para sobrellevar la culpa de no ser rico. Tenía pensado cómo repartir lo que no tenía. De sus poemas no se preocupó y ahora sus nietos codiciamos en silencio un montón de papeles, mecanografiados y con faltas de ortografía. Pensaba que serían para mó. pero yo lo que tengo son sus cejas de buho… »
«’No estoy en esto por el dinero, lo hago solo porque me gustan las películas’. Era cierto que yo casi nunca hacía nada, y desde luego nada que me importara, por dinero. Como Jack Rollins decía siempre: ‘No escojas proyectos por el dinero, escoge artísticamente, céntrate en hacer un buen trabajo, y el dinero llegará solo’. Yo no necesitaba que él me dijera eso, pero oírlo de su boca confirmó mi corazonada.»
El trabajo de escrito es escribir, esa es su especialidad, su profesión. Pero para escribir necesita tener algo que contar, como para ser carpinterio, además de un baco y un instrumental, necesitas una provisión de madera: ¿Te extrañas de tu sufrimiento suplementario? Ese es tu quehacer. Mientras los demás llevan adelante sus trabajos, están pendientes de sus tareas, tú chapoteas en el laboratorio de los sentimientos, eso que antes llamaban el espíritu, o el alma, y tú ya no te atreves a llamar de ninguna manera (es tu almacén, tu provisión de madera). Ese es el oficio de escritor, su extraña forma de vida. Ahí está la fascinación que provoca en los lectores su trabajo: la profesión de escritor nos convierte en paquetes de la juguetería espiritual del lector. En eso se funda también la desconfianza, la inconsciente antipatía (disfrazada de admiración) que provoca el escritor, al que se honra como se honra a los muertos, por precaución, para que no salgan de su tumba a pedirnos cuentas. En el escritor hay una molesta mirada de cazador, de avez rapaz, a la que no pocas veces acompañan el cinismo y la vanidad: cierto ilusorio orgullo de propietario de los mecanismos ajenos, de chamán, de gurú, de brujo, que lo vuelve desagradable, no pocas veces inmoral (la realidad carece de ética, la verdad desconoce la ética, es un acto de volición). Solo un código piadoso puede permitirnos contraprestar estos lastres. Sin la piedad, el escritor puede convertirse en un peligro público y —en lo privado— en un miserable. Como el psicoanalista, como el político, seres que en su chisporroteo se travisten de benefactores a canallas, y vuelta…»
«—¿Tiene novia? Michela se levantó de pronto. Cogió el cinturón donde van colocados todos los aparejos propios de su profesión:pistola, porra, walkie. Se levantó porque había tenido una idea, se le había ocurrido algo al ver una gran mancha de aceite en medio del aparcamiento donde dos camioneros estaban empezando una pelea a puñetazo limpio. —En Rostov tiene una novia que le manda vídeos guarros de vez en cuando, pero menos de los que querría. —Aquí no tiene a nadie, entonces. Oliver negó con la cabeza. Se ajustó la gorra de lana, verde. Miró su reflejo en el ventanal. —Dice que melancolía es todo lo que no se hace. —Qué bonito.»
Creo que tiene el mejor prólogo que he leído nunca. Lo pongo mucho en las clases:
«Mi abuelo me lleva a ver un pájaro.
No es un pájaro: es un péndulo. De madera, con el pico forrado de terciopelo. Oscila arriba y abajo, cada vez más cerca de un vaso de agua. Un reclamo en el escaparate de una juguetería.
Mi abuelo me lleva a verlo y yo lo miro a través del cristal. Miro cómo el pico está cada vez más cerca del agua, hasta que por fin la toca y el terciopelo se oscurece, y por arte de magia el pájaro parece beber. Entonces deshace el camino. Se aleja hasta volver al principio. Tarda un par de minutos, tres. Yo no aparto los ojos. Sé lo que va a pasar, pero no me importa. Mi abuelo me trae cada tarde porque yo se lo pido. No me interesan los pájaros de verdad. He visto las patas rosadas de las palomas. Hinchadas, deformes. Solo este me gusta: este que no come, no vuela, no canta, no hace nada más que beber y ni siquiera bebe, porque el agua del vaso no baja. Y, sin embargo, cada vez que llega el momento y el pájaro parece beber, yo miro a mi abuelo y mi abuelo me mira. ¿Qué podemos hacer? Los dos sabemos: es mentira, pero queremos más.
«Porque somos los chicos con botas, somos las ratas con botas, duros como clavos, a veces hay que agachar la cabeza para no romperse, y somos los irrompibles, somos la arrogancia original, borrachos y orgullosos, pisando cascos rotos, los culos contra la pared, sin futuro y sin modales, carne de cañón. Cornellà, Santako, L’Hospi, Bellvitge, Castefa, Viladecans, Gavà, Sant Boi, La Cope, feas las esquinas y más dura será la caída, cayendo, cayendo, siempre cayendo, cayendo y riendo, haciendo la conga en la cola del INEM, de aquellos polvos vienen estos lodos, sólo que aquí polvos hemos visto pocos y el lodo nos llega ya hasta el cuello, de cara a la pared pero sin libros en las manos, no nos dio tiempo a querer ser alguien, nadie te cuenta nunca cómo se sale de aquí, ¿Hay alguna manera de salir de aquí?, primero deletrea u-n-i-v-e-r-s-i-d-a-d si tienes huevos, oportunidades para estudiar una carrera es lo que no te van a dar (cantaban los Clash), esto es Todos Contra Todos pero nosotros estamos juntos, es lo único que tenemos…»
«Por una vez me alegró estar tan flaco. Primero metí los brazos y luego la cabeza, de lado, pero tuve que sacarla enseguida porque me di cuenta de que así no iba a conseguir entrar. Respiré hondo varias veces y después pasé la cabeza y luego traté de encajar los hombros, primero uno y luego el otro. Me eché a reír cuando vi que de esa forma sí que podía colarme, y sentí que había hecho un descubrimiento esencial sobre mis movimientos corporales al notar el cambio repentino de sensaciones desde el impulso que logró introducir la parte delantera de mi cuerpo hasta el tirón que intentaba meter la de atrás. Ahora tenía los brazos libres y me había quedado colgado por la cintura, cabeza abajo, dentro de la habitación. Mis piernas, al otro lado de la puerta, se elevaron desde el respaldo de la silla. Sin dejar de reírme, retorcí el resto del cuerpo hasta que logré colarme del todo y caí de cabeza al suelo. Casi no noté el dolor. (No fue mucho peor que, quince años más tarde, el mordisco de una mujer en el brazo.) Fui pavoneándome hasta el armario, abría la puerta y sonreí al ver el dinero. Cogí setenta centavos seleccionando muy bien las monedas, cerré el armario y el montante, salí por la puerta y me fui al cine…»
Interesantísimo libro que habla de la escritura y recoge algunos ensayos de la escritora. Un regalo de una amiga por mi cumpleaños. Si te interesa el oficio y los artículos y ponencias de la escritora, no lo dudes.