
«Expliqué que mi vocación literaria era el resultado de un doble desarraigo: un desarraigo terrenal (o geográfico) y un desarraigo espiritual (o religioso). El primero se debe a que mi familia me trasladó de niño desde un pueblo del sur de España a una ciudad del norte; el segundo ocurrió una década después. Por entonces yo tenía catorce años y era, dentro de mis posibilidades, un adolescente normal; la prueba es que aquel verano cometí un error previsible: me enamoré como un verraco. Esta fatalidad sucedió en el pueblo natal del sur y, al llegar a la ciudad adoptiva del norte, a mil kilómetros de distancia, yo solo tenía ganas de colgarme del cimborrio de la catedral. Fue un momento dramático, que intenté capear echando mano del libro más dramático que encontré, con tan mala fortuna que resultó ser San Manuel Bueno, mártir, una novela de Miguel de Unamuno donde se refiere la historia del cura de un pueblo, Valverde de Lucena, que ha perdido la fe y pese a ello continúa predicando la palabra de Dios a sus feligreses, convencido de que, sin ella, no sobrevivirán al dolor de la existencia y a la soledad del mundo. Leí ese libro con tal intensidad que, aunque no he vuelto a leerlo desde entonces, lo recuerdo como si lo hubiera leído ayer. El resultado fue un cataclismo. Hasta aquel momento yo había sido un lector alegre y confiado, además de un alumno ejemplar de los maristas: un chaval estupendo, católico, estudioso y amante de los deportes; pero me armé tal lío con la novela de Unamuno que casi de un día para otro dejé de ser católico y me entregué al alcohol, el tabaco y el desenfreno; no contento con ello, en los meses que siguieron leí todos los libros de don Miguel, lo que acabó de sumirme en una frenética etapa de confusión mental de la que todavía no he salido. Así fue como dejé de leer solo en busca de entretenimiento y empecé a leer en busca de conocimiento, o de una mezcla de entretenimiento y conocimiento, de placer y utilidad; es decir: así fue como aprendí a leer. Y así fue también como entendí lo que quiso decir Cesare Pavese cuando escribió que la literatura es una defensa contra las ofensas de la vida, y así fue como empecé a soñar con ser escritor. Así fue, en definitiva, como la literatura se convirtió par mí en un sucedáneo de la religión y como me lancé a buscar en ella un relevo de la fe perdida, de las certezas y el sosiego que la religión procura. Sobra decir que esa búsqueda era un error, porque la literatura no proporciona ni sosiego ni certezas: lo que proporciona son nuevas preguntas, inquietudes nuevas, ninguna respuesta. Pero, cuando descubrí esa evidencia, ya era tarde y no había vuelta atrás…»
Nº de páginas: 488
Editorial: RANDON HOUSE
Idioma: CASTELLANO