«No tengo claro qué voy a contar ni cómo voy a hacerlo. No he diseñado ninguna estructura ni he compuesto una cronología. Simplemente escribo buscando explicaciones, pese a que cuando uno escribe suele terminar descubriendo que solo ha conseguido multiplicar las preguntas…»
«Empezó a salir el sol y Facundo, que odiaba las madrugadas, bajó las persianas y rechinó los dientes.
—Se viene, la puta que lo parió, siempre me arrepiento de haber tomado tanto. Bajar es lo peor.
Narval aprobó: si había algo que los dos odiaban por igual era el amanecer, el rocío todavía flotando, los primeros ruidos, los putos pajaritos cantando, ese calor adormecedor del sol, los camiones que limpiaban la calle, los barrenderos.
Facundo se acurrucó sobre los almohadones, transpirando y pálido, ignorando el borrachísimo cuerpo de Narval sobre la cama.
—¿Sabés lo qué siento? Como si estuviera por despegar. Las cosas tiemblan, no las puedo mirar fijo. Me siento un cohete. Siempre me pasa lo mismo.
—Las cosas no tiemblan —dijo Narval con la voz pastosa y curiosamente aguada—. Vos sos el que temblás. Tomá un trago…»