
«… llegué al capítulo en el que Monk describe una anécdota en la que, tal como yo la entendí entonces, son resumidas y entran en colisión dos grandes tendencias del pensamiento del siglo XX: año 1939, Wittgenstein imparte clases de lógica del lenguaje en Cambridge —lo que en su caso equivale a decir que imparte clases acerca de sí mismo—, y entre sus alumnos se encuentra un jovencísimo Alan Turing, quien en pocos años estaría llamado a inventar el concepto de computadora tal como hoy lo entendemos. En un momento dado el alumno interpela al profesor por el uso que éste viene haciendo de la palabra contradicción, y estalla entonces una fuerte discusión. Para Turing, incurrir en una contradicción equivale a que todo lo que hagas a partir de ese momento te llevará por un camino equivocado, extraviado, condenado al error. Por el contrario, Wittgenstein cree que no, que una contradicción jamás puede extraviarte porque una contradicción «no te conduce a parte alguna; una contradicción, sencillamente, te paraliza, te deja inmóvil», de modo que no puede llevarte ni por el camino equivocado ni por el correcto; la contradicción es, simple y llanamente, parálisis. Y es en ese sentido wittgensteniano en el que creo que percibimos la muerte, como una contradicción, un absurdo que ni te deja avanzar ni te permite retroceder, una parálisis a la que resulta imposible acostumbrarse y de la que sólo te escapas haciendo metáforas, alegorías y ficciones. Desde este punto de vista, escribir ficciones y morir son cosas contrapuestas que, sin embargo, en virtud de esa contradicción se hallan íntimamente ligadas. Quiero decir que allí donde hay una ficción es porque algo ha muerto —sólo podemos narrar aquello que vemos tan lejano que para nosotros está muerto—, y allí donde acontece una muerte con total seguridad tarde o temprano aparecerá una ficción…»
Nº de páginas: 240
Editorial: SEIX BARRAL
Idioma: CASTELLANO