«Mueren fatal los escritores, porque son los que más han pensado en la muerte, porque la escritura es una forma de supervivencia del escritor, pero esa supervivencia convierte al escritor difunto en un ser fantasmal, digno de pena. Por eso, cuando pienso en el suicidio de Juan Benet y en las célebres infidelidades del novelista, pregonadas por todas partes, en especial su idilio con la escritora y editora Rosa Regàs, siento un punto de compasión, no puedo evitarlo, que involucra a los hijos de Juan Benet. Debería hablar solo de la gran literatura que Benet nos legó, unas novelas casi imposibles de leer hoy por su prosa recargada, barroca, extravagante, en la que no hay aliento humano sin exhibición de una inteligencia fría y en el fondo anecdótica. Se dedicó a escribir novelas de elevado arte y de subterránea humanidad, en un trabajo literario que compartió con su profesión de ingeniero. Tanto trabajo le impidió estar más en la vida normal, en la vida vulgar pero a la vez maravillosa de cualquier hombre o mujer de su tiempo: salir a pasear, cenar, hacer deporte, ir a la playa, no hacer nada.
No hacer nada.
Los escritores, sin embargo, siempre están escribiendo, no saben no hacer nada. No saben estar de vacaciones. Después del suicidio de su mujer, imagino que Juan Benet siguió adelante con su vida. Tal vez el primer año fuera muy duro, pero luego debió de volver a una cierta normalidad. Sin embargo, no se convertiría en octogenario, que es la edad en que los escritores reciben los frutos de su cosecha: premios nacionales o el Premio Cervantes…«
«Lo dijo Nietzsche en algún lugar: ‘sólo lo que no deja de doler permanece en la memoria’. Lo advirtió con esa rotundidad certera e insolente con la que los niños dicen algunas verdades. La sentencia, bella como pocas, puede pese a todo que no sea absolutamente verdadera. Muchas son las experiencias inolvidables de una vida y en toda biografía se custodian memorias irrepetibles de días felices, anécdotas luminosas y escenas a las que nos gustaría regresar de nuevo. Ojalá siempre quede un sitio al que volver. No sólo se hace imposible olvidar lo que fuimos, allí por un instante alcanzamos a ver lo que quisimos ser, sino que a veces la memoria, aviesa y sagaz, resuelve maquillar y ornamentar aquello que pudo ser un sencillo acontecimiento ordinario. Casi nadie está dispuesto a asumir que sus memorias son perfectamente mediocres y prescindibles. Todos tenemos un patrimonio memorativo y acaso, andado el tiempo, sea eso lo único que tengamos. Es probable, sin embargo, que aquella vivencia registrada como noble y dignísima no la viviéramos en tiempo presente más como un capítulo ―otro más― perfectamente vulgar. El aglutinante de cualquier biografía son las medianías y quizá por ello la memoria, que sabe hacer trampas, sale al auxilio de nuestra vanidad para liarse con la ficción e incluso, a veces, con la mentira. Un recurso con el que, por cierto, jamás contará el olvido. Recordamos, pero no sólo. Incluso y ante todo inventamos días felices, lo que en poco desdice el diagnóstico nietzscheano. Podríamos, a lo más, enmendar la cita del pensador intempestivo para precisar que no hay manera de rememorar sin dolor; no tanto por la cualidad dañina de aquello que recordamos sino porque quizás, al fin, no haya nada más doloroso que recordar los días felices que fueron.»
«En el futuro no habrá apenas colas: seguiremos pidiendo la cena y un café desde casa, nos conducirán coches autónomos y amables, pagaremos a otros para que esperen por nosotros… Será un mundo sin la tortura física de guardar cola. Será un mundo más eficiente y, en contra de su propósito, aún más aburrido»
Interesantísimo ensayo, crónica y diario… con reflexiones en las que habría que detenerse más a menudo. Muy recomendable.
«No tengo claro qué voy a contar ni cómo voy a hacerlo. No he diseñado ninguna estructura ni he compuesto una cronología. Simplemente escribo buscando explicaciones, pese a que cuando uno escribe suele terminar descubriendo que solo ha conseguido multiplicar las preguntas…»
«—No, no, muchas gracias… Tengo algo que hacer. Sin mirarte siquiera, se aleja en dirección al pueblo, con su traje antes marfil y ahora marrón de tanta tierra, hierba y sudor acumulado. Tu padre se acerca a agarrarte del cogote, orgulloso, pero no puedes dejar de mirar la sombra de Jaime perderse por las calles de Nava hasta hacerse del tamaño de una nuez diminuta y frágil incapaz de revelar su contenido real sin un cachanueces…
Y así es como ocurre. Con una metáfora, con una mentira. Primero un golpe en el pecho, y luego un verso suave que te sube de los testículos a la garganta…»
Este ejemplar que ahora tengo entre las manos, está dedicado por el propio autor, —afortunadamente más amigo que compañero— y del que no puedo estar más orgulloso. .. Le descubro entre las líneas de esta historia que es un acto de amor hacia todos nosotros y hacia él mismo. Un descubrimiento que nos regala con su primera novela y del que nos hace partícipes (literalmente) y, por qué no decirlo, sentir también imprescindibles…
Me gusta pensar que tenemos algo que ver con su identidad y con las personas de «su» verbo.
Gracias de verdad por ser uno más de tus «fantasmas».
«Aunque en la calle el aparato que medía la temperatura marcaba casi cuarenta grados, me asqueaba el café frío. Miré la portada de El País: ‘La situación económica es muy difícil’, decía el encantador de serpientes que presidía el país desde hacía años. Se hablaba de crisis pero también de prosperidad con los juegos olímpicos. Ping-pong. En la foto la imagen de la pena: ‘Nace una leyenda gitana’. Sus últimas palabras: ‘Madrecita, ¿qué es lo que tengo?’ Pena. La pena que ni con las palmas ni con el cante se va. La pena que devora. Ávida. Carnívora. Se adueña y se extiende implacable: metástasis irreversible. En eso consiste la pena: en no poder darle la vuelta. Primero te controla y luego te destruye. ¿En qué fase estoy? ¿Cuánto me queda? Tuve la intención de escribirlo, pero no tenía bolígrafo ni papel y no iba a pedirlos allí. Me propuse memorizarlo para cuando llegara a casa, aunque era consciente de que lo olvidaría. Lo que uno quiere escribir hay que olvidarlo. Apunta lo que no quieras escribir. Lo que te resulte más difícil. Sin máscaras. Lo que te duela, me escupió una vez el Pérez…»
«Primi le dio cuatro datos sobre su pasado africano. A Francisco le hizo gracia biografía tan accidentada. Era la quinta vez que se reía con ella, y ninguna había sido por quedar bien, como cuando iba con chavalas a sus dieciséis años. Y ella, a cuenta de su relato, le pareció a Francisco tropicalmente excitante, atractivamente mundana, colonialmente deseable. Entusiasmado por todo, acercó su cara aún más a la verja metálica: para ver mejor y para sentir el frío del metal. Divertida por el gesto, Primir hizo lo mismo…»
«—¿Tiene novia? Michela se levantó de pronto. Cogió el cinturón donde van colocados todos los aparejos propios de su profesión:pistola, porra, walkie. Se levantó porque había tenido una idea, se le había ocurrido algo al ver una gran mancha de aceite en medio del aparcamiento donde dos camioneros estaban empezando una pelea a puñetazo limpio. —En Rostov tiene una novia que le manda vídeos guarros de vez en cuando, pero menos de los que querría. —Aquí no tiene a nadie, entonces. Oliver negó con la cabeza. Se ajustó la gorra de lana, verde. Miró su reflejo en el ventanal. —Dice que melancolía es todo lo que no se hace. —Qué bonito.»
«Bebíamos cerveza y conducíamos camino de la costa. Él tenía veinte años y yo diecisiete. Le había robado a su padre un Mercedes del 65. Era un coche precioso, plateado como el lomo de una carpa, con alerones traseros y salpicadero de caoba. En el colegio armaron un gran escándalo. Dijeron que pensábamos matar a alguien. Lo cierto es que llevábamos una escopeta de dos cañones y veinte o treinta cartuchos. Él conducía todo el tiempo. Decía: Todo se muere tarde o temprano. Yo le iba pasando las cervezas. Decía: Éste es un buen coche, no podrán agarrarnos con un coche como éste. Cuando paramos en una gasolinera, el tío que ponía gasolina le dijo: ¿No eres muy joven para un coche tan bueno?, y él le contestó: ¿No eres demasiado viejo para un trabajo tan malo?
Compramos más cerveza y seguimos hasta el mar. Él me dijo: Todas las carreteras llevan a un sitio mejor, y yo me lo creí.
Cuando llegamos al mar, dejamos el coche y nos fuimos a ver las olas. Era de noche y hacía bastante frío. Estábamos vestidos pero nos metimos en el agua. Teníamos tantas latas vacías en el coche que podíamos haber hecho un dique con ellas, pero preferimos meternos en el mar y dejar que las cosas siguieran su curso. Cuando salimos del agua me dijo: Se acabó. Ahora tengo que volver. Mañana por la mañana estaré otra vez en la ciudad.
Yo pensé que habría algo más pero no sabía qué coño quería. Subimos de nuevo al coche y fuimos del tirón hasta la misma gasolinera. El tío que ponía gasolina le dijo: Sabía que volverías enseguida, y él respondió: Yo sabía que seguirías aquí. Compramos más cerveza y comenzamos el camino de vuelta a casa. Creo que nunca he vuelto a subirme en un Mercedes, al menos nunca he subido en uno tan bonito. Cuando llegamos a la ciudad ya estaba amaneciendo. Él sacó la escopeta por la ventana y disparó una sola vez con una sola mano. Nunca supe si le habíamos dado a algo.
Me dejó cerca de casa. Parecía contento. Antes de marcharse me dijo: Amigo, reza por algo que te libre de esta mierda.»
Regalo de un amigo. He disfrutado cada línea. Tiene mucho de enigma e incertidumbre. No había leído nada de Mishima, pero tengo claro que no será lo último. La mezcla de novela corta y lectura en patio andaluz, habrá sido una de las claves para devorarlo y disfrutarlo. Muy recomendable.