«Primi le dio cuatro datos sobre su pasado africano. A Francisco le hizo gracia biografía tan accidentada. Era la quinta vez que se reía con ella, y ninguna había sido por quedar bien, como cuando iba con chavalas a sus dieciséis años. Y ella, a cuenta de su relato, le pareció a Francisco tropicalmente excitante, atractivamente mundana, colonialmente deseable. Entusiasmado por todo, acercó su cara aún más a la verja metálica: para ver mejor y para sentir el frío del metal. Divertida por el gesto, Primir hizo lo mismo…»
«En las canciones de Bruce Springsteen o te quedas o y te pudres, o te escapas y te quemas. Eso está bien; por algo es un cantautor y necesita opciones así de simples para sus canciones. En cambio, nadie ha escrito nunca en una canción que es posible escapar y pudrirse: hay fugas en las que te sale el tiro por la culata, y también te puedes ir de la periferia para vivir en la ciudad, para terminar llevando una vida periférica, suburbana y arrastrada de todos modos. Eso es lo que me pasó a mí; o es lo que le pasa a casi todo el mundo…»
«— Y eso que hubiera podido no hacerlo: en La Montgoda le había devuelto el favor al Zarco y había saldado su deuda con él. —Sí, pero estaba Tere. —¿Quiere decir que se unió a la basca del Zarco por Tere? —Quiero decir que, si no hubiera sido por Tere, lo más probable es que no lo hubiese hecho; aunque hubiera llegado a la conclusión de que ella no era para mí, quería pensar que, mientras estuviésemos cerca, siempre podía voler a pasar lo que había pasado en los lavabos de los recreativos Vilaró; y yo creo que estaba dispuestos a correr el riesgo con tal de mantener alguna posibilidad de que eso volviera a pasar. Dicho esto, usted es escritor y debe saber que, aunque nos tranquiliza mucho encontrar una explicación para lo que hacemos, la verdad es que la mayor parte de lo que hacemos no tiene una sola explicación, suponiendo que tenga alguna.»
«Sabía que iban a hacerme un test de embaraz porque sospechaban que había sufrido un aborto espontáneo. Me pregunté si eran los coágulos de tejido los que les habían hecho pensar aquello. Una abrasadora ansiedad se instaló en mi interior ante ese pensamiento, adoptando la dorma que siempre tomaba independientemente del estímulo externo que la desencadenara: primero la conciencia de que iba a morir, luego la de que todos morirían también, y por último la de que el propio universo sucumbiría finalmente a una muerte entrópica, y esta secuencia de pensamientos se expandía de forma tan incesante e inabarcable que no podía contenerla en mi interior. Temblaba, me sudaban las manos y supe que no tardaría en volver a vomitar. Me golpeé la pierna con el puño en un gesto absurdo, como si así pudiera impedir la muerte del universo. Luego busqué el móvil debajo de la almohada y marqué el número de Nick…»
«Ya que estoy dialogando con mi alma y nada ha de ocultarse, la verdad es que en lo cordial de mi saludo entró por mucho la favorable impresión que me causaron las prendas personales del andaluz. Señor, ¿por qué no han de tener las mujeres derecho para encontrar guapos a los hombres que lo sean, y por qué ha de mirarse mal que lo manifiesten (aunque para manifestarlo dijesen tantas majaderías como los chulos del café Suizo)? Si no lo decimos, lo pensamos, y no hay nada más peligroso que lo reprimido y oculto, lo que se queda dentro…»