«…VLADIMIR: Hablan todas a la vez. ESTRAGON: Cada cual para sí (Silencio) VLADIMIR: Más bien cuchichean. ESTRAGON: Murmuran. VLADIMIR: Susurran. ESTRAGON: Murmuran. (Silencio) VLADIMIR: ¿Qué dicen? ESTRAGON: Hablan de su vida. VLADIMIR: No les basta con haber vivido. ESTRAGON: Necesitan hablar de ella. VLADIMIR: No les basta con estar muertas. ESTRAGON: No es suficiente…»
«ROSENCRANTZ: ¿Qué habéis hecho, milord, del cuerpo muerto? HAMLET: Mezclarlo con el polvo, con el que estaba emparentado. ROSENCRANTZ: Decidnos dónde está para que lo llevemos desde allá a la capilla. HAMLET: No lo creáis. ROSENCRANTZ: ¿Creer qué? HAMLET: Que pueda seguir vuestro consejo y no el mío. Además. si le hace preguntas una esponja, ¿qué respuesta puede dar el hijo de un rey? ROSENCRANTZ: ¿Me tomáis por una esponja, milord? HAMLET: Sí, señor, que chupa la autoridad del rey, sus recompensas, sus atribuciones. Pero esos subalternos dan al rey el mejor servicio al final. Los guarda, como un mono, en el rincón de su quijada: lo primero que mastica y lo último que traga; cuando necesita lo que habéis recogido, solo tiene que exprimiros, y vosotros, esponjas, quedáis otra vez secos. ROSENCRANTZ: No os entiendo, milord. HAMLET: Me alegro de ello: los discursos canallas duermen en los oídos necios. ROSENCRANTZ: Milord, tenéis que decirnos dónde está el cuerpo, y acompañarnos ante el rey. HAMLET: El cuerpo está con el rey, pero el rey no está con el cuerpo. El rey es una cosa… ROSENCRANTZ: ¿Una cosa, milord? HAMLET: De nada. Llevadme con él. Escóndete, zorro, y todos tras él.»
«Se sienta en la silla buena, la que ofrece su madre a las visitas, a las que llegan sigilosamente a la puerta, generalmente de noche, a hablar en susurros de dolores, de exceso de sangre, de falta de sangre, de sueños, de presagios, de achaques, de dificultades, de amores inoportunos, de augurios, de ciclos lunares, de una liebre que se ha cruzado en su camino, de un pájaro que entró en su casa, de un brazo dormido, de otra parte del cuerpo demasiado despierta, de una erupción, una tos o un pinchazo aquí o allí, en el oído, en la pierna, en los pulmones o en el corazón. La madre escucha con la cabeza agachada, asintiendo, chasqueando la lengua. Después coge la mano y, al mismo tiempo, mira hacia arriba, al techo, al aire, con los ojos desenfocados, entrecerrados…»
Creo que tiene el mejor prólogo que he leído nunca. Lo pongo mucho en las clases:
«Mi abuelo me lleva a ver un pájaro.
No es un pájaro: es un péndulo. De madera, con el pico forrado de terciopelo. Oscila arriba y abajo, cada vez más cerca de un vaso de agua. Un reclamo en el escaparate de una juguetería.
Mi abuelo me lleva a verlo y yo lo miro a través del cristal. Miro cómo el pico está cada vez más cerca del agua, hasta que por fin la toca y el terciopelo se oscurece, y por arte de magia el pájaro parece beber. Entonces deshace el camino. Se aleja hasta volver al principio. Tarda un par de minutos, tres. Yo no aparto los ojos. Sé lo que va a pasar, pero no me importa. Mi abuelo me trae cada tarde porque yo se lo pido. No me interesan los pájaros de verdad. He visto las patas rosadas de las palomas. Hinchadas, deformes. Solo este me gusta: este que no come, no vuela, no canta, no hace nada más que beber y ni siquiera bebe, porque el agua del vaso no baja. Y, sin embargo, cada vez que llega el momento y el pájaro parece beber, yo miro a mi abuelo y mi abuelo me mira. ¿Qué podemos hacer? Los dos sabemos: es mentira, pero queremos más.
El cabrón de Macbeth dice algo así casi al final de la obra:
«un día u otro había de morir. Hubiese habido un tiempo para tales palabras… El día de mañana, y de mañana, y de mañana se desliza, paso a paso, día a día, hasta la sílaba final con que el tiempo se escribe. Y todo nuestro ayer iluminó a los necios la senda de cenizas de la muerte. ¡Extingueté, fugaz antorcha! La vida es una sombra tan solo, que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa…»
Nº de páginas: 345
Editorial: CÁTEDRA – Letras Universales
Idioma: INGLÉS
Traducción: Edición dirigida por Manuel Ángel Conejero Dionís-Bayer